Por Mar Sánchez
El Fondillón es uno de esos vinos que merecen ser venerados. Una leyenda, que a pesar de compartir mesa con príncipes y reyes en siglos pasados , estuvo a punto de quedar en el olvido, o mejor dicho, en el recuerdo de aquellos que pudieron probarlo y admirarlo.
Afortunadamente, por tradición, melancolía o nostalgia algunos bodegueros siguieron elaborándolo con mimo, en muchos casos para consumo propio.
Una botella de este vino dulce de la Huerta de Alicante es un pequeño tesoro.
La pequeña uva monastrell, es asoleada en algunos casos, o pasificada en la propia cepa en otros, para que su contenido de azúcar sea alto. Se realiza una cuidadosa selección de racimos y uvas que fermentarán maceradas con los hollejos; Como amigos íntimos que tuvieran muchas cosas que contarse se toman su tiempo, y el mosto fermenta sin prisa. Probablemente sabe que su final no está cerca, probablemente conoce su destino y no ignora que le espera un largo descanso en barrica que durará como mínimo ocho o diez años.
Durante la crianza en roble, realizada por un sistema parecido al de soleras y criaderas, este vino con nombre propio se va llenando de magia e intensidad.
Gracias a Violeta, digna sucesora de su padre Felipe, que desde Bodegas Gutiérrez de la Vega y con un profundo y demostrado amor a la tierra y al trabajo bien hecho han rescatado del olvido este tesoro enológico.
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